Cuenta la leyenda que en Caracas, diez grados al norte y sesentiséis al oeste de una
América cordial, en el ducentésimo sexagésimo sexto día del año según el calendario
gregoriano, una jovencita criolla, melena abundante olorosa a vainilla, a la que había
embarazado un descendiente heleno que la acariciaba con un suave Arrivereci Roma,
pasados diez angustiosos meses, logró al fin alumbrar una niña.
Ni reparó en ello, pues el doctor, para que no sufriera, aplicó anestesia general y le
amasó la barriga con la fuerza de sus antebrazos, para aplanarla. Cuando ella
despertó, vio un paquetito vestido de rosado, al que le habían puesto moños y
bombachos.
-Esa no es mía, -dijo- porque mi marido quiere un niño como James Dean, y yo he
decidido complacerlo en todo, que para eso es el matrimonio.
-Pues aquí no hay mas nadie pariendo –dijo la enfermera malasangrosa-, así que se la
tendrá de calar.
El padre, un Doménico Modugno a los ojos de la criolla, medio bajo medio gordo para
el resto de la humanidad, entre las imágenes que surgían de las hojas de un libro
manoseado y las de una sorprendente pantalla que en blanco y negro le imponía a un
tal Alfred Hitchcock tratando de asustarlo, esperaba que una bombilla de color azul
se encendiese.
Sus ojos pasaban de seguir a un asesino torpe, a unas líneas amuleto que había
comprado en el puerto de Génova por pocos centavos.
¡Qué difícil me fue
abandonar para siempre
los muros amados!
Hubo momentos
en los que pensé que no podía vivir.
La rosa de los vientos ya no invita
a lejanías extrañasy sus destellos tal vez para mí se han extinguido.
-¡Qué casualidad! –pensó- Jaroslav Seifort nació tal día como hoy. Palabras que llegan
al alma; seguro le darán el Nobel. Mi heredero será grande como él, guerrero como él,
inteligente como él. Encontrará en la poesía la fuerza para comerse el mundo.
Afuera, la cola de un huracán provocaba vientos que no dejaban que el Ilustrísimo
presidente de la república inaugurara el teleférico, obra de la modernidad. Esperaban
para realizar el viaje inaugural la primera Miss Mundo latinoamericana, y venezolana
por demás, Susana Dujim, y un jesuita que la había convencido de que fuera la imagen
de Fe y Alegría, obra de acción social para niños de barrios marginales, por eso de que
la gente bella y superficial debía emocionarse y llorar al hablar de infancia
abandonada.
-Le compraré un Mercedes a mi mujer, -fue su siguiente pensamiento-. Será el premio
por darme este hijo. Fangio, Monza… -Y tarareó:
Va, pensiero, sull’ alli dorate;
va, ti posa sui clivi, sui collo…
-¿Por qué titila esa luz rosada?
La puerta se abrió y la enfermera malasangrosa preguntó sin necesidad, pues no había
nadie mas en la sala:
-¿Señor Launi?
-Si.
-Todo ha salido muy bien. Tiene usted una preciosa niña.
-¿Una qué? No, no, debe haber un error. Yo espero un niño.
-Pues ha nacido una niña. Y no estamos para juegos en esta tempestuosa noche. Verá
usted que hace con ella. Por lo pronto, sígame.
Cuenta la leyenda que el padre, temblando, cerró su libro y pensó que las piernas no le
iban a alcanzar. Se acercó a la cama, le dio un beso en la frente a la mujer que lloraba
y al ver esa escultural aparición de ojos grandes, algo le estalló dentro; se le acercó y
un aroma a él mismo, le empañó los ojos y la voluntad. La nombró como su madre, que
total, significaba guerrera, y decidió que la amaría para siempre.