La gasolina es el incienso de la civilización.
Ramón Gómez de la Serna
Hubo una vez una Venezuela que fue por años el país con la gasolina más barata del planeta, llegando incluso a regalarla, tanto a los que residíamos allí como a países hermanos. En cierto momento costaba más la propina al “bombero” que llenar el tanque. Incluso había bomberos que, si les parecía poca la propina, la tiraban en el cesto de la basura con asco.
La gasolina, como casi todos sabemos, se obtiene destilando el petróleo. Venezuela sigue siendo el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, certificadas, localizadas y con proyectos listos de exploración, explotación y refinamiento desde hace más de veinte años. No olvidemos que PDVSA logró posicionarse como una de las mejores empresas del mundo en gerencia, productividad y ganancias.
Todos éramos inconscientemente felices porque no sabíamos lo que estaba por venir.
A partir del paro petrolero, convertido en paro nacional y huelga indefinida, iniciado el 2 de diciembre de 2002, cuyo objetivo era enfrentar las medidas absurdas impuestas por el gobierno de Hugo Chávez, la industria petrolera comienza a despedazarse literalmente: la gerencia elegida por compadrazgo no tenía conocimientos del negocio, tanto que se olvidan del mantenimiento de los equipos y por supuesto, desvían todos los fondos hacia cuentas personales. Este proceso, bastante más ampuloso, hace que a Venezuela en el 2020 se le acabe la gasolina.
Refinando el petróleo compramos por casi cien años beneficios para los ciudadanos y todos los que quisieron emigrar a Venezuela; últimamente también a quienes el gobierno decidiera arbitrariamente. Él lo pagaba todo antes que otros negocios aparecieran en el horizonte, suponemos que brindando más beneficios con menos esfuerzo.
La historia del petróleo ha sido documentada y novelada con creces. Venezuela ha contado con analistas bien informados y escritores incisivos. A pesar de que progresamos como país -pasamos de ser de una gran hacienda a una nación moderna y cosmopolita- y la gente disfrutó de salud y educación, lo que se vislumbraba por un resquicio del negocio era el exilio, la improvisación, los accidentes y lo que acabó con todo: la corrupción.
Uslar Pietri señaló muchas veces que había que sembrar el petróleo y Juan Pablo Pérez Alfonso, el padre de la OPEP, en 1976 nos advirtió que nos hundíamos en el excremento del diablo.
A partir de 1999, cuando comienza a gobernar Chávez, el poder del petróleo se desvirtúa, y su fuerza como propulsor de progreso social deja de interesar, a pesar de los inmejorables precios de mercado. De lo que fue el negocio, la gente ya no recibe nada; no interesa el pueblo, menos su bienestar. Sólo interesa el país para que sirva de cruce de caminos.
Y con hambre, falta de medicinas, de electricidad, de agua y con nuestros jóvenes armados matándose por mantener cuotas de poder, con eso hemos pagado ser el país mas rico. Con el exilio, las muertes en las fronteras y el abandono de las embajadas, seguimos pagando la gasolina. Con no poder llegar a los hospitales, la humillación con la que nos encara la fuerza pública, el silencio, o la delincuencia desbordada, subimos escaleras al cielo.
En algún momento comenzarán a cobrarla en una moneda que no habla nuestro idioma.
¿Cuántos sistemas de pago más inventarán para seguir destrozándonos?
Luisa Valeriano
Madrid, mayo 2020
Muy dura realidad condensada en tus palabras