Luisa Valeriano
Mayo 2017
-“Parece que todo lo que se mueve tiene alma e intención”. Eso decía Muriel Barbery en ese libro que se llamaba… ¿Cómo se llamaba?
–La elegancia del Erizo.
-Ah si. Lo leímos en esa época que teníamos las ganas inflamadas y el alma abierta, ¿te acuerdas?
-Ajá. ¿Adónde me llevas?
-Adonde me llevaste tú hace diez años: Comeremos y pasearemos por Pedraza. ¿Te parece bien? ¿Quieres conducir tú?
-Me parece una maravillosa idea. Conduce tú que estoy agotado. Las horas de vuelo van pesando. Ojalá el cordero esté tan bueno como en esa época. ¿Reservaste en el mismo restaurant?
-Si. Me costó encontrarlo porque cambió de nombre, pero lo encontré.
– Sigues siendo la misma… tozuda y lista.
Me alegro que el Banco Mundial te necesite aquí unos días. Bienvenido a Madrid.
-Gracias.
Ha sido un abrazo auténtico, tibio, consolador. Su voz, ahora más grave, sigue sonando en mis oídos como la mejor caricia. Tomo el volante con las dos manos, veo al frente, y empezamos a movernos. El tontón indica que setenta y ocho kilómetros nos separan de Pedraza. Son setenta y ocho mil granos de arena y piedra que se mezclaron perfectamente para hacerse vía plateada. Son setenta y ocho momentos, espacios, elementos, componentes, caracteres, que se derramaron cuando los necesitaban, y de allí, todo felicidad. Me ha hecho ilusión verlo de nuevo; hoy tengo que ser la mejor cicerone.
Otros coches circulan paralelos al nuestro, sobrepasándome sin molestar. De vez en cuando volteo a ver conductores o copilotos tratando de adivinar sus historias, pero nada logro. Le pregunto cómo ha estado y él me devuelve la pregunta. Ya empezamos. ¿Y los hijos? ¿Y mi rival? Se ríe como me gusta, con picardía, llenándome el cuerpo de alegría al rozar mi pierna.
-Esta autovía es la leche –le comento en voz alta tratando de llenar el vacío. Los pinos, los robles y las encinas de la sierra de Guadarrama siguen creciendo verdes, lozanos, frondosos e infinitos, arropando a los que pasamos por aquí, simples y pobres mortales. Y esos montes a lo lejos tiran de mi para que yo gravite a sus faldas. Se parecen a los de nuestra ciudad. Muchas veces conduzco hacia acá sin rumbo, sólo por la necesidad de ver, oler y sentir este paisaje. ¿Te has fijado en las amapolas? Están a lo largo de todo el camino. Mis favoritas son las rojas, o esas que tiran a naranja. Las llaman flores de un día; lindo nombre; apropiado. Me detendré más adelante para que las veas de cerca; son tan perfectas y frágiles…¡Mira, hoy las señales de ciervos titilan! Nunca las había visto así. ¿Sabes que en realidad significan “paso de animales en libertad”? ¿Lo hubieras adivinado? Que tonterías hablo… Estoy bien, gracias a Dios muy bien. Hemos logrado posicionar a la compañía aquí en los primeros puestos; trabajo duro pero vale la pena. Claro, he tenido mis bajones pero no llega la sangre al río. Sigo ganando premios. Tu mejor alumna, ¿no? Tengo un buen grupo de amigos, viajo, mis hermanos están bien… ¿Romances? Si, varios, pero ningún enroque on el rey. !Acabo de ver un águila!
Falta todavía un rato, para que la carretera nos sorprenda con la muralla de la villa medieval, para que entremos por la única puerta que tiene la ciudad, para que empieces a hablar del pueblo más lindo de España, del edifico de la inquisición, del mercado de la lana del que Flandes se apropió. Falta un rato todavía para que me digas que te encantaría mudarte aquí y ser el habitante número ciento diez, para que me lleves a la tienda de estaño y me cuentes que viniste por primera vez persiguiendo a Francisco Muñoz, artista del que tu madre tenía noticias. No, no querré que me compres nada. Aún falta un rato, para que nos riamos juntos y salpiquemos las estrechas callejuelas con nuestra complicidad, para que me abraces contra la pared y me beses como en nuestros mejores momentos y cuando caiga la noche volvamos a separarnos. On a encore un peu de temps para que me hables de las pinturas de Ignacio Zuloaga, que no te gustan, pero que debes reconocer que caben en un poema de Machado, que si te gusta. Falta, falta para que me hables de la virgen y el encierro de toros en la plaza. Si, buena memoria tengo y setenta y ocho kilómetros de distancia.
Ahora voy a detenerme para que te bajes del coche. Si, para que tomes la foto; en realidad no. No, no estoy loca; se nos terminaron los plazos. No tenías que haberme dicho que venias a Madrid, como no tenías que haberme dicho que nunca te divorciarías y que si realmente te amaba tenía que abortar . No tenías que haberme marcado como al ganado, al mismo tiempo que me pedías tiempo y comprensión. No tenías que haberme dejado peregrinando por años mientras tu carrera hacia la presidencia iba en ascenso.
Lo importante no es morir, Pablo, sino lo que uno está haciendo en el momento de la muerte: quizá suspiras, respiras con dificultad, te quejas del dolor, o tomas de la mano a un amor que ya no es tu amor.