“A mi tierra siempre rota. Repartida a ambos lados del mar.”
Así cierra Karina Sainz Borgo los agradecimientos en su novela La hija de la española y uno siente que la historia vuelve a comenzar.
Casi todos, por diferentes razones, hemos sido un número en una de esas estadísticas como la de los nacimientos: cada tantos segundos viene un niño al mundo, cada tantos segundos un ser humano queda escindido entre paisajes distintos porque ha tomado una decisión de esas en las que se va la vida, precisamente porque ha estado a punto de perderla.
La autora le da rostro y figura, nombre y apellido, a protagonistas de una historia que es un manojo de historias. Va mostrando esa conjunción de acontecimientos que, como un tornado, llevan al momento de quiebre en la vida de alguien, solo que esta vez se ambienta en la realidad venezolana de los últimos años.
Este “paisaje” es una de las anclas de la novela por varias razones: la presencia que adquirió el país en el panorama mundial; la actuación de sus peculiares gobernantes y por supuesto, el éxodo doloroso al que ha sido sometida gran parte de su población.
Lo que el narrador desvela es un presente continuo, una historia que no se ha cerrado, una cantidad de hechos acaecidos que podrían repetirse en cualquier momento, porque el motor no se ha detenido. No es un secreto la vida peligrosa, e incierta de los venezolanos dentro de sus fronteras, que, al parecer, cada día va a peor.
Y es aquí donde esta novela podría insertarse en un género como la crónica o la autoficción: hay una secuencia de hechos que, quienes los hemos vivido, podríamos dar fe de su calidad de históricos; hay un orden temporal, aunque la protagonista necesita recordar de vez en cuando sus raíces; emplea verbos de acción porque el tema es sobrevivir y el lenguaje es sencillo y directo, nada de endulzar lo absurdo de las circunstancias. Pero el relato se convierte en novela cuando vemos la estructura, la ilación, la fuerza de los personajes, el ritmo y el compás que mantienen todos los elementos. Y la autora insiste en declarar que es pura ficción.
Por lo inesperado de cada escena, la manera tan fluida y cotidiana como es tratado el espinoso tema de la violencia urbana, y porque la vida en Latinoamérica cada vez se separa más del día a día de otras latitudes, comienza a oírse el término de nuevo realismo mágico siglo XXI, cosa que podría ser un gran logro de la autora, pues a través de la literatura, conquistando lectores a pulso, dibuja otras realidades posibles, aporta nuevas visiones e incluso se convierte en esa voz femenina que sigue luchando por conquistar espacios.
La realidad se expande; “la realidad siempre arruina las certezas” como dice la protagonista (125).
Vivimos con Adelaida su angustia; la acompañamos en su calvario (“me lo quitaron todo, hasta el derecho a gritar”(156), en el miedo de ver su pasado convertido en humo, en el maltrato, en la mentira, en cómo se enfrenta al robo tanto de bienes muebles como de su yo, en cómo proteger y en la esperanza. Es otra manera de plantearse el viaje del héroe moderno, desde sus emociones y dudas.
La conquista y colonización española nunca terminó. Por razones políticas y económicas, en el siglo XX los españoles volvieron a invadir América: nos educaron, levantaron edificios y puentes, trajinaron con mercancías, se convirtieron en editores y libreros, nos dieron de comer y por supuesto, ayudaron a poblar el país. No fueron los únicos europeos en continuar la labor, pero quizá los más numerosos. Algunos hijos fueron reconocidos con el apellido; otros lo mostraban en el color de sus ojos, el cabello o la piel. Ser español – o gallego, como les decíamos usando una sinécdoque- era ser igualmente venezolano, por lo que el título que ha escogido la autora engloba personas y sentimientos conjugados en esa patria repartida a ambos lados del mar.
Karina Sainz Borgo, La hija de la española. Lumen, Barcelona, 2019
Luisa Valeriano
Madrid, mayo 2020