Libro de cuentos de Rubén Abella
Ganador del LV premio literario KUTXA Ciudad de San Sebastián
Decía Cortázar en su estudio Del cuento breve y sus alrededores que la novela ganaba siempre por puntos, mientras que el cuento debía ganar por knock out. Lo seductor de una novela es ir in crescendo, acumulando efectos que envuelvan al lector. El cuento, sin embargo, debe explotar en las manos del curioso que se acerque, porque no cuenta con el tiempo como aliado, por lo que el buen cuentista debe ser como un boxeador astuto que con cada pequeño golpe mine la resistencia más sólida de su adversario.
Creo que esto es precisamente lo que logra Rubén Abella en su libro de cuentos Quince llamadas perdidas. Ya con el título nos inyecta tensión y nos acerca a ese segundo en el que nos pudiéramos jugar la vida.
Una llamada, en su sentido amplio, es la necesidad de “captar la atención de alguien mediante voces, ruidos o gestos”(RAE), es decir pedir auxilio en un momento de necesidad.
¿Se acuerdan del dilema filosófico planteado por Schopenhauer? Decía más o menos así: En un día muy frío, un grupo de erizos sentía una gran necesidad de calor, por lo que buscaban la proximidad corporal. Cuanto más se acercaban, más dolor causaban las púas del cuerpo del vecino. Sin embargo, debido a que el alejarse iba acompañado de la sensación de frío, se veían obligados a ir cambiando la distancia hasta que encontraran la separación soportable.
Decisiones, osadías, repercusiones, determinación, valor. ¿Qué puede encerrar el espacio de una llamada perdida? ¿Hay alguien al otro lado de la línea? ¿Qué estás buscando al llamar o al cerrar la comunicación? ¿Dónde se encuentran la angustia, el dolor y la soledad? Moldes hay muchos para salvar o condenar, denunciar o arrepentirse, pero todos hemos pasado por esos segundos de incertidumbre y necesidad.
Este tipo de dilemas es lo que escode la obra literaria, lo que le da su dimensión compleja y realista. Y lo que Rubén Abella nos muestra es lo cotidiano que esconden estas situaciones. Él, como autor, ha cambiado mi nombre y el tuyo “para proteger a los inocentes”, pero nuestros nombres y nuestras experiencias quedan estampadas allí construyendo abismos o sinuosas carreteras que no sabemos hacia dónde nos dirigen, o quizá si: podemos abandonar o volver a comenzar. Como la lectura misma.
Quince llamadas perdidas son quince segundos puntuales en la vida de personajes que en un momento determinado despiertan de la anestesia y se ven inmersos en un hecho intenso. Son instantes en los que sucede todo simultáneamente por lo que el tiempo se anula. Como profesor de escritura creativa, Rubén va al conflicto, el punto álgido de la escritura y el más complicado de desarrollar.
¿Se acuerdan de la cinta de Moebius? Parece tener una sola cara o un solo borde y sin embargo es capaz de presentar tanto la unidad como la diferencia. Esta premisa, utilizada por otros autores, se nos muestra tanto en cada relato como en su interrelación. En “Escúchame, Claudia”, el relato que abre el libro, una historia tangencial que parece una fantasía del momento, se convierte páginas más adelante, en una historia vital, en el centro de otro cuento. Este es uno de los aciertos de este libro: no solo cada historia tiene diversos niveles semánticos sino que una de sus ramas adquiere vida en otro relato.
En “Hasta la próxima”, una historia se convierte en varias al situar en un elemento externo, la clave del conflicto: la canción Everything I do de Bryan Adams, nombrada al pasar, contiene la carga emocional de lo que parece una aburrida noche de putas decadentes y chico inexpertos.
“Elefantes” nos muestra un pedazo de la historia de Jonás que es realmente toda su historia de vida: ¿Lo habrán acariciado cuando nació, como hacen los elefantes a sus crías? Quizá no, por epiléptico o rebelde. Al final, nadie se parece a nadie, ni siendo de la misma sangre.
En el cuento “Harmatán” podemos sentir la velocidad de ese viento, oler el aire seco y hasta cegarnos, como el personaje, con las partículas de una bruma que imaginamos sucia. Y con esto no he detallado nada de lo que está escrito. Además, este es uno de los relatos que tiene anverso en otro “entre risas y sorbos de Moët & Chandon….”
Con el cuento que le da nombre al libro nos sumergimos en el presente marcado por la inconsciencia, no solo la que produce la droga sino la manera de relacionarse de una pareja. Y de nuevo, en páginas posteriores, una arista sale a relucir; esta vez es una anticipación al relato.
Cada cuento da mucho para hablar, reflexionar, dolerse y perderse en las imágenes que llenan nuestros ojos. “Jackpot”, “¿No era eso lo que queríamos?” o “Easy” tratan temas de incomunicación, deterioro personal, el anonimato o el absurdo. No hay culpables, solo actantes.
La mentira como eje central de una vida, la frustración y la falta de respuestas se ve en “Todo el mundo gritaba”, relato que también comparte personajes con otro anterior. Y en el cierre “Por eso estoy aquí” nos encontramos con una pérdida de rumbo que paradójicamente nos da la llave del libro.
Un elemento importante es el escenario, esa Madrid muy conocida, vivida y sentida en los detalles. La faceta de fotógrafo del escritor parece colarse en estas páginas para desvelar cómo la ciudad va de la mano con la odisea de sus habitantes comunes.
Quince llamadas perdidas es un libro muy trabajado: cada palabra, cada nombre que se usa, cada referencia, tiene una carga fundamental en la historia. Cuando termina, deja ese sabor de algunos libros que hay que leer varias veces para sentir todas las dimensiones que cada relato puede aportar.
Quisiera terminar con una parte del poema del que extrae el verso Rubén para abrir su libro. Llama la atención, y emociona, que se trate de Jorge Guillén y “Hacia el poema” porque en esa instancia puede que encontremos la salvación.
«El son me da un perfil de carne y hueso.
La forma se me vuelve salvavidas.
Hacia una luz mis penas se consumen. «
Luisa Valeriano
Madrid, marzo 2021
R. Abella: Quince llamadas perdidas. Sevilla, Algaida editores, 2020.