-Ponme un poco mas de tinte aquí, de este lado. Castiga esas canas Ruth, desaparécelas. ¿No han inventado todavía un método mejor? ¿Con tantos avances como ha tenido la ciencia y no hay una puta crema- con perdón- que pueda solucionar este fastidio?
-No señora Maite, todavía no. Pero ¿es que quiere usted que me quede sin trabajo?
-Hija por Dios, como voy a querer eso si eres la mejor de Madrid.
Este diálogo lo repetimos cada dos semanas, ya ni gracioso resulta: mi cabello crece mucho por un desorden hormonal, y mis canas salen de romería, aquí, allá y más allá. Tengo que empezar por tapar las de la frente para que no se me noten las arrugas de la cara, los ojos que van cediendo, la papada, los surcos de la boca, la piel que va perdiendo elasticidad, las lolas que caen… ¡Putas canas!
Te he pedido diosito que a ver cuando solucionas esto, que desde que se fue Fermín no tengo mucho que hacer, como no sea cuidar las canas, porque el cuerpo, a pesar de la dieta balanceada, y los ejercicios que manda el doctor, se tuerce hacia donde le da la gana. Esa del espejo hace rato que no soy yo. Ya no me queda ni amor propio. Hasta los hijos se han alejado. ¡Ay los hijos! Yo creo que la sociedad oculta con fiestas lo más desgraciado de la existencia: ¡A celebrar la boda! ¡A celebrar el nacimiento, bautizo, cumpleaños! Celebrar ¿qué? ¿esclavitudes? Una se mata toda la vida para que los niños tengan lo mejor y al final ¿de qué vale? A mi Fermín me salió regularzón; ya cuando se moría me demostró agradecimiento, pero le costó. Nos casamos muy enamorados, eso si, pero ¿cuánto dura el amor eterno? Seis meses, como dicen. Trato de acordarme de los ratos buenos, que los hubo, pero me vienen los malucones, esos de gritos y portazos, lágrimas y empujones. ¿Y los maravillosos chicos? La verdad que Juan es bueno y medio se ocupa de mí, pero Fermito nada que ver. Debo ser la peor suegra del mundo, la peor madre del mundo, la peor, la peor, la peor.
Le voy a pedir a Ruth que apure el reloj del tinte, que hoy los sonidos ásperos de los secadores me hieren el tímpano y el olor almizclado me molesta. Hoy no me voy a peinar. El Hola cada día está mas soso; ya no hay grandes escándalos.
Estoy cansada, muy cansada. Esta edad ya no es edad ni es nada. Voy a intentar cruzar de nuevo la calle sin paso de peatones a ver si al fin tengo suerte.