Es una lucha constante contra el olvido, a sabiendas que no hay manera de ganarle.
SJK
Cuando Sara Jaramillo Klinkert llegó a Madrid con muchas ganas de escribir, dispuesta a encerrase dos años en un piso cerca de la Escuela de Escritores, no sabía lo que iba a decir. Mientras peleaba con las técnicas de construcción del conflicto, la evolución de los personajes, los guiones correctos y las indeseadas rimas, lo que le brotaba era el paisaje
de su querida Medellín, sus animales parlanchines y besucones, los colores raros que la luz le regalaba y las plantas que tanto cuidaba su madre. La realidad era que entre líneas iba surgiendo un tema del cual nunca había hablado: la muerte del padre.
Entonces cada uno de sus relatos cobró significación. Ella descubrió y nos mostró a sus compañeros, que luchaba por hacer consciente y construir con palabras una parte de ella escondida, encerrada, apartada, agazapada:
“Muérete ya, de una buena vez. Deja que tu fosa sean las hojas de este libro…” (2020,185)
Todos hemos tenido largos temas-dolores prendidos con alfileres en alguna parte de nuestro ser y es precisamente en la palabra donde podemos sembrarlos, exorcizarlos o incluso borronearlos para que no se olviden, o si deben olvidarse, cumplan antes con su función de curar.
Sara, con este libro, se integra en esa profunda línea de confesión y reflexión literaria que ha producido obras de teatro, cuentos, elegías o coplas que alguna vez hemos oído y que quizá repitamos de memoria:
Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
como se pasa la vida
como se viene la muerte
tan callando…
(Coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique)
O como la Elegía del poeta venezolano Ramón Palomares que abre el libro:
“…huélelo como siguiendo el rastro de su muerte…”
Precisamente el tema que toca Sara es fundacional, está en nuestro psiquismo y nos atañe a todos. En un momento dado, es la figura de la narradora ese tamiz necesario para poder contarse.
Cabe entonces citar al Quijote para señalar cómo se percibe la realidad psíquica, cuando estamos situados frente a un evento que resulta tan absurdo, como puede ser la desaparición de un ser querido ante los ojos de una niña de doce años.
“No se muera vuestra mercé –le pide Sancho a su caballero- es una locura morirse.”
Y ese final de acto es un disparate porque rompe el equilibrio, destroza la parcela de vida que se ha creado y nuestro Sancho tendrá que lidiar con otra realidad, otro paisaje, otras insatisfacciones. Y lo desafiarán nuevas sensaciones, rastros, imaginaciones y necesidades.
Sara para tratar de recomponer el espejo roto utiliza imágenes entrañables: “Yo adoraba esos diez segundos de inconsciencia porque en ellos vivía mi padre (2020,36). “La gente pensaba que lo estábamos superando muy bien, pero la ausencia es un hueco sin final
(2020,101).” “…crecer no era tan bueno y menos si toca hacerlo en un solo día (2020.107).”
También muestra el sincretismo de las tierras americanas con referencias simbólicas y culturales muy potentes, como la imagen del Señor Caído, ese Jesús milagroso que en su vía crucis, se desploma. O la veneración a Pablo Escobar, a la Virgen y a las propiedades, también milagrosas, del agua, las plantas o las infusiones.
“Yo soy yo y mi circunstancia – decía Ortega y Gasset- y si no la salvo a ella no me salvo yo.” En un gran esfuerzo literario, Sara construyó una circunstancia, empapó de su visión a sus compañeros y profesores, y tuvo que lidiar para salvarse. Vino a Madrid a salvarse.
Luis Sagasti en la nota al pie número 138 de su novela experimental Leyden Ltd. dice así: “Cuando dejamos una película o un libro, haya o no terminado, queda el rumor, el tono de lo que fue narrado; y ese tono se abre paso y contamina lo que de inmediato nos pongamos a ver; en ese momento dos mundos conviven, hasta que el primero se desvanece
en su estela. Algo así debe ser la muerte.”
Algo así debe ser escribir.
Cómo maté a mi padre
Sara Jaramillo Klinkert
Editorial Lumen, Barcelona, 2020