There’s a lady who’s sure
All that glitters is gold
And she’s buying a stairway to heaven…
No sabía yo que un rato después que Led Zeppelin terminara de resonar en el tocadiscos de mi amiga Pili, aquella noche de luces estroboscópicas, lo mío sería subir peldaños, unos cinco mil, para que no me tragara la tierra.
Habíamos bailado pegadito, ceñidos, condensados, torpemente comprimidos, la canción que nos transportaba al espacio secreto de un amor que nacía con poderío. A mi me gustaba Gastón bastante; yo lo veía de lejos pero él no a mí. Era el listo, el sobrado, el seductor. Decían que era rubio porque se ponía al sol con gasolina en el pelo. Esa noche me escogió, para sorpresa de todos, pero claro, es que yo al fin me había vestido acorde con la ocasión, me había puesto una camisa con pronunciado escote en V que le había sustraído secretamente a mi hermana mayor de su armario. Me quedaba un poco grande, por lo que también me puse su sujetador, un push up rosa que tuve que rellenar con motas de algodón porque aun con dieciséis, no terminaba yo de florecer. There walks a lady we all know, who shines white light and wants to show, how everything still turns to gold…
Creo que ni siquiera esperamos a que terminara la canción; el deseo no podía postergarse. Salimos hacia el jardín y él me apresó entre una pared y su cuerpo, que yo sentía monumental. Sus manos se convirtieron en torrentes de calor y movimiento. Prolongados besos mojados y exquisitos cuchicheos picantes acompañaban sus caricias por todo mi cuerpo. Yo, hipnotizada, me dejaba hacer. Pero quiso ir más allá, y en un veloz movimiento me metió la mano por debajo de la blusa y dentro del sujetador. Al instante se apartó y me miró directo a los ojos. Yo me sonreí y subí mis hombros en señal de “esto es lo que hay”. Fuego en mi cara, temblor en mis manos, confusión mental, asfixia, cabeza que se ladea; sudor.
-Anda niña, volvamos a la fiesta.
-Adelántate tú.
Salí por el jardín directo a perderme en la calle porque no pude demorar las lágrimas. Por un año entero, o más, cada vez que me miraba al espejo les preguntaba, con amargura, si algún día estaríamos a la altura de las circunstancias, mientras maldecía al hard rock británico y todos sus integrantes