¿Qué podían importarle ahora el arte y la virtud frente a las ventajas del caos? Calló, pues, y se quedó. T.M.
Uno de los temas que ha cautivado por años a los lectores de Thomas Mann en Muerte en Venecia, ha sido su incursión en cómo puede llegar la muerte cuando se está disfrutando de la belleza. Para ello utiliza la ciudad de Venecia junto a uno de sus jóvenes paseantes, en contraposición a la vejez, el deterioro y la peste.
Haciendo relaciones absurdas, saltó mi mente a nuestra pequeña Venecia, ese trocito de tierra rica en fuentes naturales y gente talentosa y trabajadora, que ha desarrollado una historia tan increíble que parece de novela.
Hasta nosotros, los venezolanos, dudamos de lo que estamos viviendo. Pasamos de ser la sucursal del cielo a un laberinto de desconcierto y anarquía.
Los “emigrados” nos agarramos a las noticias diarias, como al carrito de la montaña rusa mas alta, tratando de entender lo que pasa y esperando que se detenga para bajarnos y volver. Mientras llega ese ansiado día, trabajamos “lavando baños” para darle de comer a la familia de allá, mandar medicinas a quien lo necesita o libros para quien quiera estudiar. Los que viven allí aguantando el chaparrón, rezan y mantienen viva la esperanza de que un día van a despertar y todo habrá cambiado. Claro, no será como antes, pero parecido.
Hasta marzo de este año no solo perdíamos gente por desnutrición, falta de medicamentos, falta de hospitales, violencia urbana, pobreza extrema, exceso de armas, denigrantes exilios, sino que a todo eso se unió el virus y la falta de gasolina.
Al virus nos enfrentamos sin defensas internas y externas: Venezuela dejó de ser un país sano, de aguas tratadas y de basura recogida. Ya no hay nadie que certifique la calidad de los pocos productos que llegan al estómago, como tampoco hay hospitales en pleno funcionamiento con insumos y profesionales de calidad. A una prima le realizaron un curetaje uterino sin anestesia, hace dos días.
El virus también está matando a los médicos y a todo el equipo sanitario porque ¿dónde encontrarán tapabocas, guantes o cualquier cosa que los proteja?
Por otra parte, la escasez de gasolina no cabe en la mente de ciudadanos educados en la certeza de ser el país con los mayores yacimientos petroleros en el mundo. ¿Comprar gasolina? ¡Pero si la regalábamos! Y no es que se haya acabado; es que la corrupción se tragó los campos, las refinerías, los oleoductos, los barcos de transporte, los empleados eficientes y con todo eso el poder llegar a tiempo a alguna parte, un familiar o una ambulancia, por ejemplo. ¿O es que estamos hablando de que surgieron otros negocios mas rentables para la élite gobernante?
Los que no hemos perdido la vida, los que no hemos quedado como “cuerpos huérfanos” en la frontera o somos “bioterroristas”, estamos a punto de perder la memoria, porque no hace falta decir que el sufrimiento y la impotencia también matan.
Existió una pequeña Venecia con encanto, que derrochaba paisajes llenos de luz y que avivaba nobles sentimientos en millones de personas, pero llegó la muerte y poco a poco la arropó.
Estoy segura de que un proceso honesto, valioso y eficaz debe estar forjándose en los corazones de muchos. Frente a la destrucción y el incontable número de muertos diarios que se suceden, habrán voces que se alcen para devolverle, incluso a la muerte, el lugar que merece. Como decía la gran poeta Emily Dickinson “morir es una noche salvaje y un nuevo camino”.
Luisa Valeriano
Madrid, 2020
Hermoso y desgarrador tu ultimo escrito.