Luisa Valeriano
Madrid, diciembre, 2023
Carmen Helena Téllez, mi mejor amiga de siempre (y para siempre), tenía una
mejor amiga, cosa que me daba unos celos terribles. Era Mariela Michelena.
Coincidieron en Madrid cuando a Carmen Helena la contrataron para dirigir el
Coro Real de España, a finales de los tormentosos años 80 del siglo pasado y
ya Mariela vivía aquí. Creo recordar que en un concierto que dirigía Carmen
Helena, Mariela se acercó a saludarla por venezolana y aquella, que tenía una
memoria diez, la reconoció. Inmediatamente me llamó:
–¿Te acuerdas de Mariela? –No, para nada. –¡Pero como no! Ella estudió con
nosotras hasta tercer grado; como en el 63 la sacaron del colegio. –Carmen
Helena, estás hablando de cuando teníamos ocho años. –¿Y? Pues yo me
acuerdo clarito de ella.
Así entró Mariela en nuestras vidas: clarita, transparente, con sus pelos rizados
y su voz imponente, con miles de cuentos divertidos; con sus batidos
saludables, sus labios rojos, sus libros y su cáncer de mama. Carmen Helena
había decidido que nos conocíamos de toda la vida y además éramos muy
afines.
Y comenzamos a hablar entre tres, a pelearnos o a reírnos porque nunca
estábamos de acuerdo. Mis celos fueron mermando al ver que Carmen helena
tenía razón. Compartíamos distancia, emigración, ganas de trabajar…Yo,
simple lectora, veía como esas dos cariátides vivas y apasionadas, producían
con fuerza, una en la música y la otra en el comportamiento humano. Mi misión
era admirarlas.
A lo largo de montones de años, nos encontrábamos en los cafés, en las cartas
del tarot, en los pocos momentos que teníamos libres. Con Carmen Helena en
sus grandes proyectos musicales alrededor del mundo; con Mariela, en sus
libros: Mujeres malqueridas, me lo aprendí de memoria y lo regalé mil veces.
(Lo de regalarlo le encantaba, pero le causaba gracia yo siguiera buscando
gatos siendo ratón). La vida son los miércoles, me acompañó a sobrellevar un
huracán en Miami hace seis años. Mis nietos y sobrinos me dieron la
oportunidad de regalar Un año para toda la vida, y mis amigas, pasando por el
mismo dolor de ella, me permitieron tenderles una mano con Anoche soñé que
tenía pechos.
En la presentación de Lo que alcancé a contarte, hace pocos meses en la
librería Alberti, lloramos al despedirnos.
Unos tres años atrás nos habíamos unido ante la pena de ver partir a Carmen
Helena con otro cáncer. Y fue Mariela quien, como una buena madre, la
empujó a ordenar sus papeles y su vida, a tomar esas decisiones que rajuñan y
sacan sangre, pero que hacen un poco más calmada la partida. Y compartimos
mucho llanto en horas de teléfono.
Era una mujer llena. Su ímpetu se desbordaba en su andar, en cada gesto, en
cada palabra. Era frontal, valiente. Yo siempre le decía: Mariela, perdona que te
moleste. Y ella contestaba: No me molestas porque yo no me dejo molestar.
La muerte siempre gana. Se murió de la enfermedad y no de la cura, como
quería ella. Celos me da que estén juntas, enfrascadas en animadas
conversaciones. Yo aquí, gritando más que un perdido y más triste que viernes
santo.