¡Pero si son muy fáciles, mujer!
Te voy a dar el secreto: bate bien la mantequilla, que te quede cremosa, abrillantada; de allí en adelante todo será sencillo. A mis nietos les encantan mis galletas; su abuelo se sienta con ellos en el patio a comerlas. ¿O debería decir se sentaba? No, no. ¡Que ideas se me pasan por la cabeza! Se pondrá bien.
Me encanta cocinar postres y a Roberto comérselos, pero especial-especial, las galletas. Tengo años haciéndolas todas las semanas. Antes del accidente a veces las almibaraba, otras las acaramelaba, pero he tenido que bajar la intensidad en la cocina porque ahora debo estar mas pendiente de él y a mi este dolor en el pecho no me quiere soltar. Me canso más, ¿sabes? Antes del accidente todo era diferente, tú lo sabes, reina.
A los doscientos gramos de mantequilla bien batidos, esos que ya tienes casi blancos, le añades despacio una taza de azúcar y dejas que se fusionen. ¿Quién iba a creer que duraríamos tanto tiempo juntos y queriéndonos? Una tía me dijo: -“ni loca te cases con ese musiú; embarazan a las criollas y luego regresan a sus tristes pueblos europeos donde dejaron una esposa”. Yo me arriesgué y le creí a Roberto. Era demasiado guapo como para dejarlo ir. Sus promesas, como aromático manojo de hierbas finas, se expandieron luminosas hasta el sol de hoy. No te voy a decir que los primeros tiempos no fueron duros, o que todo ha sido un paseo por las nubes, pero hemos logrado trenzar el destino. Ha sido un hombre especial.
Ahora, dos huevos, uno a uno, despacito. Cuando nació Laurita, esa prima tuya que al final es como un mazapán, no te imaginas cómo se puso tu tío de contento. Fue siempre la luz de sus ojos. ¿Me vas entendiendo bien, verdad?
La cucharadita de esencia de vainilla es fundamental, de buena calidad para que las galletas queden como doradas, tú sabes, que se vean tostaditas e inunden de aire azucarado el ambiente. ¡Cómo se va a poner de contento Roberto cuando esta tarde le lleve sus galletas al hospital! Pasamos unos días malos pero ya está mejor. Ese maldito accidente nos torció la vida. Otras cosas nos han pasado, pero nada como esto. Gracias a Dios él es muy listo y sabe resolver.
Ahora sí: tamiza el medio kilo de harina de trigo con el polvo de hornear y revuélvelo todo despacio. Mantén el pulso. ¡Dígame cuando Laurita tuvo sus hijos! No te imaginas cómo se puso y todo lo que les compró. Guillermo es el más reilón, el primer nieto; Antonio es mas serio, como su padre. Mi hija dice que estará bien. A partir del accidente ella carga la cara desencajada. Algo no me ha dicho. Pero se pondrá bien. Hemos sido uno y todavía nos falta carretera.
¿Ya tenemos el horno en ciento cincuenta grados? Tu madre estará muy triste con esta situación; siempre fueron buenos hermanos.
Haces bolitas y las pasas por azúcar. A veces se me escapaba, creía que podía engañarme, pero ahí estaba yo esperándolo con las galletas tibiecitas, demostrándole que el calor de esta cocina difícilmente tenía competencia. Aquí era donde valía la pena esperar.
Y ya, las vas poniendo en la bandeja con un dedo de por medio por si crecen mucho y al horno. Vamos a esperar unos veinte minutos o hasta que les veas los bordes castaños . ¡Se va a contentar tanto… ¡