A veces caigo en mi, como viniendo de ti,
y me recojo en una tristeza inmóvil
como una bandera que ha olvidado el viento.
Mi padre el emigrante, Vicente Gerbasi
Emprender un viaje siempre tiene algo de aventura y locura -así esté todo controlado-e incluso puede estar barnizado con caracteres heroicos, pues el desplazamiento significa enfrentar nuevos y diferentes retos, como acercarnos a otro grupo humano, otra comida, quizá otro idioma y otra cultura. Cuando el viaje adquiere visos de emigración, de decisión comprometida, cargamos las maletas con un mundo de ideas y sensaciones, así hayamos llegado sin nada.
Emigrar, según la R.A.E., denota un abandono o un cambio: una persona abandona su propio país para establecerse en otro extranjero, o abandona la residencia habitual en busca de mejores medios de vida dentro de su propio país o, dicho de algunas especies animales o vegetales, cambia de lugar por exigencias de la estación, alimentación o reproducción.
Como punto de partida nos resulta útil para centrar el tema del que queremos hablar, pero hoy en día sabemos que hay que bordar la tela para acercarnos a la realidad que ha dejado de ser simple, que ha multiplicado las aristas con cada historia que se cuenta en algún medio de comunicación o red social. Y no hablamos de individualidades sino de grupos: la experiencia de uno es la de muchos; quizá porque hoy en día ya somos muchos.
Así que emigración sintetiza tanto la acción de cambio como al conjunto de personas que participa en ella. El sujeto y su acción se convierten en una unidad indivisible que no podrá borrarse.
Migrar tiene muchos nombres: exilio, destierro, éxodo, expulsión, huida, expatriación… En griego antiguo la palabra xénos se usaba tanto para designar al huésped como al extranjero, es decir contenía la dualidad de la razón del viajero. El problema surgió cuando se le añadió la terminación phóbos -miedo-, desde la mirada del otro, sin considerar los miedos internos del viajante.
Cada modalidad de migración parece levantarse sobre una realidad distinta, ninguna menos dura, así al final se consiga o bien volver al terruño en situación digna, o se logre el objetivo de caminar por la senda de la prosperidad.
Pareciera entonces que los motivos que siguen moviendo al hombre son los que incitaron a los primeros nómadas y permanecen en los actuales esquimales, chichimecas, tuaregs, beduinos o gitanos, y no son otros que la subsistencia, la obtención de comida y bienestar para la descendencia. La edad moderna introdujo el ámbito político como razón fundamental en mayor medida, considerando que si discrepamos de los que nos gobiernan, tampoco podemos respirar. Vivir viendo y sufriendo el abuso de poder o la corrupción generalizada, produce también la necesidad de desplazamiento, así sea para pelear y organizar resistencia desde fuera.
Con el viaje comprometido con acciones altruistas individuales o colectivas, nace la necesidad de narrarlo. Podríamos hablar de infinitas maneras de expresión en relatos cortos y largos, poemas y canciones. No es nuestra intención escribir un tratado de historia sino recordar que la épica, la gloriosa epopeya heroica forjadora de valores de pertenencia ciudadana, se basa precisamente en el movimiento, que añade dos elementos más presentes siempre en cualquier gesta: la conquista y la colonización, la interacción cultural y, en algunos casos, la integración.
Son muchas las situaciones documentadas desde los griegos, e incluso anteriores. La presencia del Antiguo Testamento, cercano a una buena parte de la población mundial, expone las vicisitudes del desplazamiento . Y gracias a un destierro tenemos El Cantar de mío Cid, primer poema en lengua española del siglo XIII.
Tanta es la importancia que ha adquirido la condición de emigrante hoy, que los psicólogos y psiquiatras hablan de un cuadro de malestar intenso conocido como Síndrome de Ulises o del emigrante con estrés crónico y múltiple, que afecta a más de cincuenta millones de personas en el mundo (casi un millón en España).
Hay muchos elementos que pueden destrozar, o en menor medida desbalancear la psique humana partiendo de esta situación. En la emigración se da una separación forzada de los afectos, inmateriales o materiales, es decir se rompe con la familia o la pareja, o con la vivienda, la sociedad o la ciudad donde uno se siente pertenecer. También se fractura el apego, vínculo con el cual nacemos y difícil de disolver en situaciones normales (que se lo pregunten a Vivian Gornick que en su libro lo pasó al plural y los adjetivó feroces. En él se plantea la relación con la madre, con la identidad del pueblo judío, con el grupo social al cual perteneces, entre otros muchos apegos. Lo importante de este libro es que, por más que la protagonista lucha para romperlos, los va repitiendo sin darse cuenta).
El miedo se hace árbol y se ramifica: hay miedo a fracasar en el proyecto migratorio pues el ser humano es de retos, debe cumplir expectativas o ajustarse a los prejuicios de su grupo social. Hay miedo a la ausencia de oportunidades, a las amenazas, incluyendo mafias; miedo a la indefensión, a los caminos torcidos, a carecer de derechos; miedo a la expulsión o a sentir discriminación. La lucha por la supervivencia, por no encontrar techo, comida o servicios de salud, también produce pánico. A Nelson Mandela se le atribuye la frase “He aprendido que la valentía no es la ausencia de miedo sino el triunfo sobre este. El valiente no es el que no siente miedo sino el que lo conquista.” Es decir que la persona en situación emigrante posee la lucha como arma cotidiana, que puede resultar en ocasiones muy violenta y desgastante.
La nostalgia es otro factor importante, pues levanta castillos fantasiosos en tiempo congelado y lo que se añora poco tiene que ver con la realidad de los tiempos subsiguientes, así que la persona está escindida pues vive una realidad y piensa en otra, por lo tanto siempre se es extranjero, en ambas orillas.
“Me preguntas cíclope cómo me llamo…voy a decírtelo: mi nombre es nadie y nadie me llaman todos”. Eso se lee en el Canto noveno de la Odisea, mientras el héroe trata de llegar a casa y los dioses o las circunstancias, se lo hacen complicado o sencillamente se oponen.
La incomprensión de otros pueblos también convierte al emigrante en ese nadie. Las sociedades que no han vivido en la violencia, o la carencia o la necesidad, no entienden que otros puedan vivir, así que otros seres humanos puedan sufrir sin poder oponerse o clamar por sus derechos como seres humanos. Esto se une a que el idioma, aún siendo el mismo, significa diferente. Y aquí entraríamos en el complejo tema de la comunicación, doblemente difícil y resbaladizo.
Un país casi desconocido, presente por la importancia del petróleo como recurso natural, y sede de emigrantes, refugiados y exiliados europeos, entra en la historia, y se conecta con el acontecer mundial, en el siglo XXI, gracias a la elección, por vía democrática, de Hugo Chávez Frías, supuesta nueva izquierda latinoamericana.
Cuando un país comienza a exportar emigrantes, algo no funciona correctamente, es decir las necesidades son mayores que los desahogos.
Así que somos muchos los venezolanos que andamos por el mundo, después de haber creído que construíamos un país o que añadíamos orgullo al gentilicio. Al parecer, la historia también es relativa: lo mejor para uno no resultó ser lo mejor para el otro.
La emigración venezolana ha plantado cara al mundo con características diferentes: la clase media que salió estaba preparada académicamente y acostumbrada al trabajo de muchas horas, así que en parte ha sido un aporte positivo a los países en los que ha tenido que pedir asilo. Pero es obvio que hay de todo, y esos países también han debido cargar con la miseria y los destrozos que al final deja una dictadura encubierta.
También las características del régimen político son nuevas y diferentes, por lo que se hace difícil abordar el problema con premisas clásicas o preestablecidas .
Quizá pueda pensarse que el exilio es un escape, un descanso o una pausa, pero en realidad es la desesperanza. Es vivir en una dimensión intermedia donde no estás allá, no estás aquí y crees que no sirves para nada porque el otro no emite ningún mensaje de solidaridad, al contrario, cree que no haber nacido en su tierra, te hace inferior o al menos, diferente. Es vivir con desilusión, consternación, o impotencia.
La metamorfosis también forma parte de la esencia del emigrante, pues necesita sentir que pertenece a una sociedad o a una tierra mientras mantiene viva la esperanza de volver a la tierra prometida.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje
Eso dice Cavafis en su famoso poema Ítaca, y lo que resalta es no apresurar el viaje. Una veces por desgracia y otras por suerte, es el tiempo que transcurre fuera de lo que marca el rumbo, ese tiempo que no puede saltarse y en el que hay que enfrentar los problemas cotidianos, incluyendo que al término pueda dársele un dejo despectivo gracias a la ceguera del otro.
Si pensamos en el siglo XXI, pensamos en aventuras espaciales o virtuales donde de antemano llamamos héroes a los protagonistas llenos de tareas trascendentes, y quizá nos olvidamos de las aventuras reales, verdaderas y muy complicadas que implica vivir en este siglo. En cierta medida, todos somos aventureros, ¿o héroes?