A medida que se va acercando el día de mi cumpleaños, va surgiendo dentro de mi ese filósofo que el resto del año solo se despierta frente a varias copas de malvasía bianca, para concluir siempre que la vida no vale nada. Pues ese mismo, que después pasa días arrepintiéndose de lo que dijo o hizo, aflora serio, responsable, consciente, lúcido, informado, pues siente que le angustia el tema del tiempo.
Y comenzamos él y yo –porque me arrastra en sus locuras- a acordarnos de lo que hemos leído y casi olvidado: Aristóteles y sus categorías: Sin alma que perciba el movimiento, no hay tiempo. Luego pasamos a ese río donde no te bañas dos veces y a ese otro tiempo, la eternidad, que los padres medievales nos hicieron encontrar. Para Colón, calcular mal el tiempo, lo convirtió en un pilar estelar de la humanidad.
A Miguel Ángel no le alcanzó el tiempo para descubrir todo lo que el mármol le quería decir; a Fausto tampoco. Kant lo unió a la intuición; Bergson a la conciencia…El “todo es relativo” nos enfrentó a otras dimensiones que incluyen, inclusive, la teoría del Big Bang y decapitan a unos cuantos.
Pero una cosquilla en el cuerpo me indica que, si bien podemos pensar en él, al tiempo lo percibimos también en cómo hablamos; ¡es gramática!: depende de donde pongamos un pronombre sabremos cuándo se habla. ¡Es música! (para bien y para mal, para boleros, rancheras, baladas y Mozart). Es Neruda en su Oda, y Benedetti buscando el tiempo “que otros han dejado abandonado…”
La medicina lucha contra el tiempo, y las investigaciones científicas giran entorno a vencerlo. En el movimiento de los astros está escrito nuestro destino; también en la fe de los que creen.
El chico del tiempo es el dictador de nuestras mañanas, pues es quien nos dice si debemos llevar abrigo o no, y por cuánto tiempo.
Y es con el amor cuando no te alcanza el tiempo, o con el desamor cuando te piden tiempo. Es juventud que cree que le sobra y madurez cuando descubre que no hay tiempo que perder. Es la calma y la desesperanza; es la huida y el reencuentro. Es querer detenerlo cuando un buen momento lo requiere, cuando los raros y sublimes instantes deciden visitarnos. Es sentir que la primavera dura un segundo, como dice Sabina, o se hace infinita cuando alguien no termina de llegar. Es realidad y esperanza.
Se acerca mi cumpleaños y mi filósofo y yo empezamos a hacer balance, como otros, como ustedes. Al final, él decide que es mejor apoltronarse frente a una buena copa de malvasía bianca antes de que alguien comience a pensar en nuestro epitafio. A mi me gustaría que repitieran el del Marqués de Sade: Si no viví más, fue por que no me dio tiempo.