Nací con la mitad del siglo que pasó ¡qué cosa!
Siento que mi adolescencia se me alarga hasta la fecha.
Si creyera en las reencarnaciones, diría que con las que llevo me veo estupenda.
No conozco el significado de madurez, ni la veo a mi alrededor. Aún tengo mi saco lleno de sueños, sin la seguridad de haber vivido suficiente. A veces me consuela pensar que si existiera Dios y me esperara como un amante frente a su puerta, tendría mucho que contar sin exigirme certezas.
Crecí a la luz de canciones de otras culturas, me rebelé en muchos amigos y pocos amores. Amores…se transforman, se desdibujan… A la larga no sabemos si nos han enseñado a odiar. Recuerdos, sensaciones, uno que otro nombre. Algunos habrían quedado por el camino; otros me han dado fuerza para continuar sin siquiera saberlo. ¿Furiosos conmigo? Como la verdad no existe, nunca me enteraré el porqué, así que ni me importa.
Instantes hubo en los que la piel se fundió en otra para levantar paredes a la muerte. El espejo no me devuelve mi verdadera figura. Tampoco las palabras pueden con ella, con todo lo que encierra mi metro sesenta y cinco expandido en mil kilos indeseados.
Es porque unos ojos café ya amainan presbicia y a los labios, siempre rojos, comienzan a aparecerles surcos.
Pero lo más raro es que a pesar de la edad, me siento muy niña y me arrastra la necesidad de tragar aprendizaje. A veces amanezco frágil que la sangre que corre por las venas de mis brazos y mi cuello quiere salir como fuente, salpicando mapas. Espero horas a que suceda.
El miedo ha sido mi herencia y la sigo ejerciendo. Quizá por eso me refugio en tu escritura y abandono la mía.
hermoso y profundo ,y con su toque juvenile, me encanto